
Ser comunidad
Desde la más tierna infancia, vamos modelando un carácter en base a nuestra personalidad, y también en función del entorno donde nos encontramos. De lo primero, se suele encargar nuestra carga genética. En cuanto a la segunda variable – el entorno – será normalmente la familia, la escuela y las amistades más próximas las que vayan modelando un estereotipo de comportamiento más o menos aceptado por el común del vecindario. Lo que los clásicos llamaban una “communitas”.


El problema surge cuando alguien considerado ciudadano modélico rompe los esquemas preestablecidos. Entonces, surge el conflicto. En grandes ciudades, se condena al protagonista al ostracismo. Los teléfonos dejan de sonar, la invitaciones a fiestas empiezan a escasear… hasta el trabajo puede desaparecer como por arte de magia. Pero en los pueblos o comunidades rurales, donde todos se conocen y se miran a los ojos, surge la pregunta: ¿qué hacer con el faltón, cuando su comportamiento había sido hasta ese momento intachable?
Quizás al lector pueda sonarle a hipérbole, a ficción, a pregunta retórica. Pero desgraciadamente no es así.
Entre nosotros tenemos a alguien que cada dos meses insulta a quien más le apetece. Para más “inri”, lo hace en buena parte con nuestros impuestos.
Es inaudito, pero cierto: son vejaciones subvencionadas con los esfuerzos de toda la ciudadanía. Ejemplar. Conste que aquí no hay ideologías: tanto unos como otros le han regado generosamente. ¿Tenemos un problema? Pues sí, de convivencia, de comunidad. Con un agravante: lo más probable es que dicha situación se vaya enquistando con el tiempo…si alguien no hace nada.


Lo más chocante del asunto es que parece que el personaje tiene bula hasta para gritar en la vía pública a quien no comulga con su credo. Provocando bochornosas situaciones entre viejas familias “andritxoles”, conocidas entre sí de toda la vida.
La pregunta es quiénes van a ser los valientes que le pondrán el cascabel al gato. Que ya va siendo hora.
Muchas gracias.
Bernat Jofre i Bonet



